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Nací en la tierra y de ella nutrí los absortos días de mi infancia. Cuando de ella me arrancaron para llevarme a la ciudad, la tierra no encontré. Gracias a ello, posiblemente, empecé a pintar y busqué
en el juego de las apariencias de colores, aquello que la realidad no me ofrecía. Pero aun así, no me encontraba. Tuvo que pasar el tiempo y volver de nuevo a la tierra para que el seguir jugando con
el color tuviera otro sentido y finalmente encontrarme conmigo mismo. ESPONELLÁ, GERONA 1982.




Sin duda por temor a lo excesivamente anecdótico, el artista prefiere la ambigüedad, lo no muy definido formalmente. Con ello deja a salvo los valores estrictamente plásticos, que en estas obras suyas adquieren rotundidad y prestancia singulares.
Rafael Santos Torroella. El Noticiero Universal 27-1-76.

La dicotomía entre mundo exterior y mundo interior no aparece lo suficientemente definida como para proceder a una definitiva clasificación. No obstante, sí se puede afirmar en estos momentos que para RG es más importante el mundo interior que el exterior, por cuanto le sirve de filtro de todas esas imágenes o situaciones que toda persona puede ser o vivir, pero que él en ese filtro transforma totalmente, trasladando ya sus propias imágenes a la tela. Por ello, el mundo de su obra es ya
completamente interior, expresado a través de un lenguaje plástico muy peculiar.
Pilar Parcerisas. Gaceta de Manresa. 15-Dic-1977.

En cierto modo, Rodríguez Guy parte de la naturaleza y a ella vuelve, desde la gruta primitiva en sus ambientaciones hasta el camino abierto que se prolonga, hasta la tierra modificada por el hombre, hasta el campo, que el artista no explica ni apenas describe. Siente.
Ángel Azpeitia. Heraldo de Aragón, 30-Abril-1978.

LO EMOTIVO EN RODRÍGUEZ GUY
El pensar en la obra de RG da como resultado unas formas, que, evidentemente, no necesitan de las formas exteriores de las cosas para comprender o describir su esencia. Son unas formas que por su emotividad quedan reflejadas en el lienzo con una apariencia que se ofrece a los sentidos y que es reflejo de una estructura íntima y personal.
Luis Gay, Aragón 2000. Mayo-1978.

Mi primer contacto con Rodríguez Guy fue allá por los años 69 ó 70 y he de remarcar su vitalidad para vislumbrar e ilusionarse con un futuro y un país mejor y menos mezquino, usando, en su caso, los pinceles como palancas y los colores como herramientas para poder modelar otra realidad.
Por eso, hablar de arte figurativo o arte abstracto (tema de discusión habitual en los años 70 y 80), no deja de ser una entelequia. “Por definición, su obra está obligada a ser abstracta, porque parte de una filosofía del caos, germen de las innumeras formas aún no definidas y, por lo mismo, abiertas al infinito”. La pintura es sobre todo un ejercicio mental y la obra de Rodríguez Guy es justamente eso, la representación de “paisajes” mentales, el verdadero rostro de lo real, imposibles de describir en otro código que no sea en el que están creados.

Rodríguez Guy pinta la pintura, creando una inversión de las nociones. La ebullición magmática de sus texturas, que se han ido haciendo más densas a medida que ha evolucionado su obra; las explosiones de color, sin disciplina ni escuela que las domestiquen o atemperen, actúan como revulsivos estimuladores de nuestra sensibilidad, una incursión a las regiones más misteriosas de la conciencia humana. Hemos de tener en cuenta las piezas y fragmentos encontrados (técnicamente
usados como “collages”) que tienen el poder de interrogantes abiertos y misterios lanzados, como la botella de un náufrago, para que nosotros, espectadores expectantes, percibamos que detrás de las apariencias palpita la vitalidad de la creación, de la vida, las ideas, los sentimientos y las emociones.
Rodríguez Guy es un alquimista-místico, una dualidad unitaria a la vez. Uno buscando la transformación del medio, como ya apunté anteriormente, y este actual, el de la madurez, el que busca la alquimia del espíritu: el misticismo.
Evaristo Benítez.

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